Posición del Vaticano sobre las armas nucleares

Posición del Vaticano sobre las armas nucleares

“La paz y la estabilidad internacional son incompatibles con todo intento de fundarse sobre el miedo a la mutua destrucción o sobre una amenaza de aniquilación total”
Papa Francisco, Nagasaki, 24 de noviembre de 2019

Por su declaración de que “el uso de la energía atómica con fines de guerra es hoy más que nunca un crimen”, el discurso del papa Francisco durante su visita a Nagasaki y a Hiroshima el 24 de noviembre de 2019 resonó en el seno de la comunidad internacional. En la historia de la Iglesia católica, esta postura no es nueva, aunque sí progresiva. Por primera vez, el papa Francisco condena no solamente el uso de las armas nucleares, sino también su posesión. Y subraya con fuerza el carácter inmoral de estas últimas.

Desde la creación de las armas nucleares [1], la Iglesia católica se ha posicionado en primera línea en la lucha contra estas últimas a través de sus valores morales de paz, justicia y defensa de los derechos humanos, de su papel como mediadora de conflictos en la escena internacional y de su concepción de la guerra justa, y ha recordado con regularidad que “siempre se puede, sin embargo, temer que los experimentos atómicos con fines bélicos, si no cesan, pongan en grave peligro toda clase de vida en nuestro planeta” (Pacem in Terris, 1963).  

Desde la era nuclear, y más concretamente desde el principio de la Guerra Fría, el Vaticano ha concedido a las cuestiones nucleares un lugar prioritario en su programa de política exterior. Y es que el Vaticano no tardó en percatarse de que las armas nucleares iban a cambiar fundamentalmente la naturaleza del sistema internacional. Por otra parte, para la Iglesia católica, “todo acto de guerra que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de vastas regiones con sus habitantes, es un crimen contra Dios y contra el hombre” (Gaudium et Spes, 1965). En efecto, la Iglesia católica considera que el uso de armas nucleares no respeta la proporcionalidad. Conforme a su concepción de la guerra justa [2], la Iglesia defiende la idea de que el recurso a la guerra exige cierta proporcionalidad entre el objetivo de la guerra y los medios desplegados para lograr ese resultado. Por eso todos los papas han ejercido asiduamente presión contra su utilización, si bien la densidad de sus respectivos posicionamientos varía en función del entorno mundial y de cada papa: durante todo el periodo de la Guerra Fría, la disuasión nuclear era más o menos aceptada por la autoridad papal del momento. 

Durante la Guerra Fría, la Pontificia Academia de las Ciencias fue el principal foro de debates científicos y morales del Vaticano. Fundada en 1936 por el papa Pío XI con el objetivo de crear un foro de diálogo entre la fe y la ciencia, la Academia cuenta con más de noventa académicos de distintos orígenes y pertenencias religiosas. Este lugar se utiliza, desde la era nuclear hasta nuestros días, para informar a la diplomacia del Vaticano. Pío XII, papa durante el bombardeo estadounidense de Hiroshima et de Nagasaki, utilizó argumentos científicos –además del imperativo moral– contra los ensayos y el despliegue de armas nucleares. Se centró especialmente en los efectos “devastadores” de la lluvia radiactiva para argumentar que las armas nucleares no debían utilizarse jamás. Su sucesor, Juan XXIII, en funciones durante la crisis de Cuba de 1962, expresó el peligro de las armas nucleares en su encíclica Pacem in Terris y reclamó “que cese ya la carrera de armamentos; que, de un lado y de otro, las naciones que los poseen los reduzcan simultáneamente; que se prohíban las armas atómicas; que, por último, todos los pueblos, en virtud de un acuerdo, lleguen a un desarme simultáneo, controlado por mutuas y eficaces garantías” (§112). Las posiciones de sus sucesores serían más matizadas. Si bien seguirían insistiendo en el carácter inhumano de las guerras y de la bomba nuclear, las desacreditarían menos como inmorales. Pablo VI condenó, al igual que su predecesor, la carrera armamentística y apuntó en Gaudium et Spes que las acciones militares realizadas con armas nucleares [3]sobrepasan excesivamente los límites de la legítima defensa” (§80). Juan Pablo II, papa a partir de 1978, visitó Hiroshima y Nagasaki en 1981 y advirtió que la carrera armamentística se estaba volviendo incontrolable y amenazaba el futuro de la humanidad. Pero en 1982, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, consideró que “en las condiciones actuales, una disuasión basada en el equilibrio, no ciertamente como un fin en sí mismo sino como una etapa en el camino de un desarme progresivo, puede ser enjuiciada aún como moralmente aceptable”.

Fue a finales de la Guerra Fría cuando el Vaticano consolidó su posición y condenó firmemente la disuasión nuclear, haciendo de la abolición de estas armas un objetivo principal. En 1993, el Observador Permanente de la Santa Sede ante la ONU, el Mons. Martino, condenó abiertamente la disuasión nuclear afirmando lo siguiente:

«Las armas nucleares son incompatibles con la paz que esperamos lograr para el siglo XXI. No pueden justificarse. Merecen la condena. La defensa del Tratado de No Proliferación exige un compromiso irrevocable de abolición. (…) Es un desafío moral, un desafío legislativo, un desafío político. Hay que vencer este desafío múltiple con el arma de nuestra humanidad».

Cuando fue nombrado papa en 2005, Benedicto XVI se posicionó contra la idea de apoyarse en las armas nucleares para garantizar la seguridad de un país y, concretamente, puso de relieve las consecuencias socioeconómicas de una estrategia basada en la disuasión nuclear, la cual exige grandes recursos financieros que “podrían emplearse en proyectos de desarrollo en favor de todos los habitantes y, en primer lugar, de los más pobres” (Jornada Mundial de la Paz, 2006).  

Ahora bien, ha sido bajo los auspicios del papa Francisco cuando la Iglesia ha empezado a reconsiderar seriamente su posición sobre la moralidad de la disuasión. En el documento entregado por la representación diplomática de la Santa Sede a la Conferencia de Viena sobre el impacto humanitario de las armas nucleares, se apunta que “ahora es el momento de afirmar no sólo la inmoralidad de la utilización de armas nucleares, sino la inmoralidad de su posesión, despejando así el camino hacia la abolición nuclear”(Nuclear Weapons : Time for abolition

El 10 de noviembre de 2017, el Dicasterio de la Santa Sede celebró un simposio para debatir sobre las etapas hacia un mundo sin armas nucleares. Allí el papa Francisco subrayó, por un lado, las consecuencias humanitarias –que afectan a muchos más que únicamente a las partes enfrentadas– y, por otro lado, el “falso sentimiento de seguridad” generado por las armas nucleares. Asimismo, denunció la paradoja entre el coste elevado de las armas nucleares y la incapacidad para erradicar el hambre en el mundo. Ese mismo año, la Santa Sede dirigió activamente una asamblea en las Naciones Unidas para la adopción de un Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares. El Vaticano se mostró partidario de una verdadera proscripción de las armas nucleares y declaró ilegales tanto la fabricación como la posesión de las mismas. 

El papa Francisco, que ha declarado que “la no violencia es el verdadero camino hacia la paz”, deberá librar un largo combate, pues si bien él cree que la desnuclerización total del mundo es un objetivo posible, también es consciente de que el proceso deberá ser progresivo y concertado, y de que algunas potencias nucleares rechazan todo avance significativo a la hora de implementar un desarme nuclear.

[1] :Durante la conferencia sobre el desarme nuclear de la Asamblea General de las Naciones Unidas del 22 de octubre de 2019, el portavoz de la Santa Sede declaró que la Iglesia católica se oponía a la utilización de las armas nucleares desde 1943.
[2] : Teorizado por Tomás de Aquino. El recurso a la guerra exige que esta última sea emprendida para vengar una injusticia o exigir reparación de una ofensa, generalmente con la idea subyacente de castigar al culpable. La guerra debe permanecer dentro de los límites de la causa justa.
[3] : Pablo IV utilizará “armamento científico” para describir las armas nucleares, entre otras. 

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